martes, 22 de enero de 2013

Tía Felisa - recuerdos de infancia


Felisa Alarcón de Alloa

Hace dos meses, por aquello de que el hombre propone y Dios dispone, quedó sin publicar esta pequeña nota, dedicada a un ser querido de la familia. 

Hoy, 17 de abril, se cumplen treinta y cinco años del fallecimiento de Felisa Alarcón, nacida el 20 de noviembre de 1895 en San Martín de las Escobas.

Guardo de mi tía Felisa un recuerdo entrañable. Era la esposa del tío Domingo. Fue el único miembro criollo de mi familia y como tal, tuvo la infinita virtud de saber adaptarse a costumbres que poco tenían que ver con las tradiciones hispanas de la familia en la que había nacido. Lo mismo podría decirse, en sentido inverso, de Domingo Alloa, a quien Felisa cuidó amorosamente hasta que se lo permitieron sus ojos cada vez más atacados por la ceguera.

Felisa y Domingo vivían en Rosario, en calle Brown, a una cuadra y media de Boulevard Oroño. Con ellos vivía también doña Ema Alarcón de Ginot, madre tutelar de Felisa. Cuando íbamos a Rosario, la tía nos recibía con una inmensa alegría. Aún nos veo a todos compartiendo sus comidas, en el exiguo comedor de su casa, alrededor de la mesa presidida por Domingo en una punta, y doña Ema, en la otra. Allí reinaba siempre un clima festivo. Cuando yo hacía alguna travesura o no hacía caso a mi madre, la tía, guiñándome un ojo, me amenazaba con una pateadura, palabra que nunca había oído en mi casa.

Recuerdo también con cuánta emoción recibíamos mi hermana y yo, unos días antes de nuestros respectivos cumpleaños, las pequeñas encomiendas postales en las que la querida tía Felisa nos hacía llegar sus humildes regalos: globos, pitos y otros artículos de cotillón, acompañados de una cartita llena de afecto.

También recuerdo a doña Ema en su habitación, donde, sentada en una mecedora, tejía al crochet. Allí nos recibía y nos contaba, sin dejar su labor y mirándonos por encima de sus anteojos, un sinfín de hechos familiares en los que aparecían siempre los nombres de Emorita, Eleodoro, Ernesto, Elenita, Elías, Elisenda, Cándido, Ramón, Glicerio... y no sé cuántos parientes más de apellido Alarcón, Giménez, Fernández, Meléndez, Pelayo... Sobre la mesa de tocador había un retrato de su finado esposo don Emilio Ginot, de quien siempre hablaba con lagrimitas en los ojos. Los relatos de doña Ema cesaban cuando Felisa venía a llamarnos a almorzar, no sin antes preguntar a su madre si iba a tomar el aperitivo con ella, cosa que nunca vi que dejaran de hacer, un vasito de vino blanco con una cucharadita de azúcar...

Los recuerdos son algo así como una vertiginosa espiral que nos arrastra a través de un abismo sin fondo: uno nos lleva a otro y este a otro y este otro...